Desde hace años, es común que las personas se mantengan encorvadas viendo una pantalla: en una parada del autobús, sentados frente a un plato de comida, solos o con su pareja. Hasta ahí, digamos, es algo que se ha estado haciendo “normal”. Lo que no lo es tanto, es que en cuanto suena una notificación (o vibra el teléfono) despertamos de nuestro letargo, descuidamos a nuestro interlocutor (si es que estamos hablando con alguien) o simplemente no podemos evitar sacar el teléfono y ver el mensaje.
Las notificaciones de los servicios que consumimos, están diseñadas para atraer a las personas que no usan regularmente el servicio y mantener conectado y pendiente al público que ya tiene cautivo. Siendo así, pensando en sólo tener de 3 o 4 redes sociales (según Hootsuite cada persona tiene en promedio 8.3 cuentas) y que cada una envíe unas 10 notificaciones a diferentes horas del día, tendríamos unas 40 alertas mientras estamos despiertos. Ya nos hemos acostumbrado, pero de vez en cuando el dispositivo que recibe no respeta el volumen y nos causa un sobresalto.
Hay estudios acerca de los efectos de las notificaciones en nuestro cerebro y comportamiento, desde notificaciones imaginarias hasta estar revisando nuestro móvil de forma constante, para buscar nuevas menciones, “likes” o comentarios, desbloquear nuestro teléfono como un reflejo sin tener idea de lo que queremos, aumentando nuestro estrés del día a día. Es posible que sin darnos cuenta, tengamos algunos síntomas físicos del estrés: aumento del ritmo cardíaco, aumento de la respiración, se abren las glándulas del sudor, contracción de los músculos. No está bien para algo como una notificación que no sea importante, ya que esas reacciones son naturales en una situación de peligro, no por usar un celular. Una investigación de 2009 publicada en News Standford llegaba a la conclusión de que hacer muchas cosas a la vez no es bueno para nuestro cerebro. No es una cualidad de la mujer como muchos creemos, según este estudio, sólo el 2.5% de la población tiene la capacidad de hacer más de una cosa al mismo tiempo sin perder la concentración.
Seguramente a más de uno nos ha pasado que olvidamos el teléfono en algún lugar y nos invade una sensación de ansiedad e incomodidad, aunque el olvido del dispositivo sea en un lugar seguro (casa u oficina). Es decir, estamos ansiosos no por el valor del equipo, sino por el hecho de que estaremos alejados de las notificaciones, ya ni siquiera en el hecho de que alguien nos pueda llamar por teléfono, eso ha pasado a segundo término. Así las cosas, las notificaciones son un estímulo que asociamos a una interacción social, orientada a nuestra persona o a algún interés personal.
Le damos tanta importancia a las notificaciones que preferimos traer el celular a una cartera, que ponemos el dispositivo frente a nosotros cuando estamos en una reunión o en una cena familiar, que no podemos impedir ese tic nervioso de voltear a ver la pantalla aunque no estemos esperando algo en concreto.
Los sistemas operativos móviles han estado avanzando y tratando de controlar de algún modo las notificaciones, agrupandolas por intereses y momentos en que queremos recibirlas. Hay incluso tendencias de personas que desactivan totalmente los mensajes de alerta y parece adecuado: decidir cuando quiero enterarme o buscar algo, no que un conjunto de algoritmos decida el momento. Estar volteando cada ciertos minutos o segundos a la pantalla, es en el menor de los casos, una pérdida de tiempo, en el peor, nos convierte en esclavos de las notificaciones.
Por el bien de nuestra salud y tranquilidad deberíamos desactivar las notificaciones, hoy día estamos más conectados que nunca, pero no necesariamente nos comunicamos mejor.
Jorge Martínez Mauricio, twitter @toro
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